sábado, 6 de junio de 2009

Ateo o la tarde/noche

La muy puta me dejó por que no creía en dios. Todas las tardes esperábamos a que dieran las cuatro para que su mamá se fuera lejos a trabajar y nosotros nos perdíamos bajo las sábanas. Jugueteaba en la humedad de su sexo mientras chupaba con fuerza de uno de sus pezones y ella sonreía con esos labios de besos calidos y me hacia suyo con sus manos femeninas y entonces todo estaba bien. Ella era un sueño materializado entre mis brazos y la desnudez de nuestros cuerpos calentaba nuestros corazones para bombear la sangre más tibia. Se la metía despacio por que así lo pedía pero sus caderas decían otra cosa y ella gemía quedito, como con pena. Esos fueron los mejores días de mi vida.

Si todo terminó fue por un malentendido. Le conté que no creía en dios y ella le contó a su mamá y ella dio la orden de que me dejara y la muy puta le hizo caso. Yo había intentado explicarle pero no me supo entender. “Eres un malagradecido”, fue lo único que dijo y después me corrió de su cama para caminar herido hasta mi casa. Derrotado.

Intente explicarle lo del accidente. De cuando era bebé y venia con mi mamá en un vuelo del D.F. El avión se desplomó dejando veintiséis cadáveres humeantes sobre la pista de aterrizaje. Mi mamá y yo fuimos de los pocos sobrevivientes. La noticia salió en todos los noticiaron, la foto del avión en llamas en todos los periódicos. Sí dios existiera… sí Dios existe, él me había elegido sobre las otras personas y eso no podía aceptarlo. No había nada de especial en mi que me sacaba los mocos con el dedo índice y me encerraba en el baño para masturbarme antes de dormir y que escuchaba a la Polla Records cuando no tenia la patineta rota.

Dios no existe pero ella me dejó por miedo. Ella y su mamá no podían soportar la posibilidad de que quizás no hubiera nadie escuchando sus rezos y a esas ideas había que mantenerlas lejos.
Su decisión era una punzada en el estomago. No comía, no salía, no entraba al Internet. Me la pasaba acostado viendo el techo y pensando en su espalda, en sus nalgas perfectas, en sus senos contra mi pecho y en su pelo largo tapándole la cara mientras gemía quedito, como con pena. Y todo eso me dolía pero no iba a rogarle.

No hacía otra cosa más que ir a la prepa y al fútbol. A los pocos días, entre la quinta vuelta a la cancha y la práctica de tiros de esquina, Juan vino y me dijo que los había visto paseando por el malecón, agarrados de la mano. Ese día no metí ni un gol.

Todo había perdido su gracia. Me desperté cansado y pase la mañana en silencio, sentado hasta atrás del salón. Lo que siguió no fue un plan sino un impulso. Esperé con ansias después de la comida a que a mis papás se fueran a dar sus clases de la tarde en la universidad y salí por atrás de la casa. Tome los dos peseros que me llevaban hasta el otro lado de la ciudad, donde ella vivía y camine de prisa las cuatro cuadras que faltaban. Al llegar mire que no hubiera ningún vecino chismeando antes de saltarme la barda. Le di la vuelta a al casa, avancé agazapado, hasta llegar a la ventana de su cuarto. Me asomé con cuidado pero no veía nada, las persianas estaban cerradas. Recordé la puerta de atrás, nunca le ponían seguro. Entré por la cocina y cruce el pasillo hasta su cuarto. Su puerta estaba entre abierta. Me quedé parado en el umbral. Ella estaba debajo, con las piernas sobre sus hombros, gimiendo quedito, los rostro sudorosos y el arma en mi mano.



Por Alejandro Aguirre.

jueves, 30 de abril de 2009

Despertando Obviamente

Abrí mis ojos y sentí frió, voltee la mirada del techo para ver mi ventana toda abierta, y pues, me levanté a cerrarla. Quedé envuelta en mis suaves y frescas sábanas otra vez, experimenté el clima termo de mis piernas, de mis brazos, de mi espalda, desnuda toda yo. Para cuando escuché la melodía del despertador ya eran las siete con veintiuno… trabajo, sí…; me destapé con cuidado, sin hacer el menor ruido. Cuando estaba ya con los dos pies sobre el frió, muy frió piso, miré al espejo, miré mi rostro, frente a mí, una como yo, igual de castaña, igual de despojada. Mi cabello estaba algo amontonado debido al baño que había tomado la noche anterior, me gusta mi cabello.


Le sonreí ampliamente al espejo y giré la mirada al guardarropa, escogí el vestido rosado que se ajusta tan bien a mi cintura, lo arrojé sobre la cama y busqué un sujetador con su conjunto, mi preferido, color humo y encaje suave; cuando deslicé el vestido de seda sentí su suavidad en mi esbelto cuerpo. Escogí las sandalias rojas y mi atuendo quedó excelente; ordené mis escarolas sólo con un prendedor y así previne que el viento jugueteara con mi cabellera. Y una vez más, voltee al espejo y sonreí, parecía como una rosa, frágil y suave.


Mis mejillas sintieron los toques del pincel coloreándolas cual melocotón; el cepillo peinando las pestañas fue el último toque.


Decidí bajar a la cocina y preparar un té verde, revisar que todo lo necesario estuviera en mi bolsa y tomar un durazno; al ir caminando a la salida, mi mano derecha sentía la suave piel de la fruta, misma suavidad que me recordó lo indispensable, lo exquisito… Escuché a lo lejos que la bolsa cayó sobre la mesa redonda de cristal, yo subí las escaleras con una extrema rapidez y abrí la puerta de la habitación de golpe, respiré, viendo el bulto perfecto en la cama, permitiendo sólo ver un cachito de piel; me monté sobre el bulto, cálido y sereno… tú me dijiste algo en el oído e hiciste que la sangre subiera a mis mejillas. Ése día no fui a trabajar, obviamente.



By.Ana

lunes, 13 de abril de 2009

En la esquina de la Pasión

El camión estaba repleto de estudiantes, todos gritaban sin cesar, Carlos había sido invitado por Jessica para participar en la Caravana,

 

- Verás que serás parte de la historia dijo ella-  Al día siguiente se firmaban los famosos Acuerdos de San Andrés.

 

Llegamos la tarde del 15 de febrero de 1996 a San Andrés Sacamchen de los Pobres, medios de comunicación, personajes públicos y de todo tipo llegaron ahí. Estaba plagado de gente, aguardábamos nuestro descenso cuando de pronto alguien llegó al camión,

 

- ya pueden bajar dijo.  En automático me acerqué por inercia al lugar donde el chaparrín zapatista hablaba con nuestro coordinador, al segundo ya era yo parte de la conversación, y tomaba decisiones con Roldán. Jessica se acercó a la plática, ella me miraba con admiración y seducción, yo sólo me dejaba llevar por mi terrible instinto de liderazgo.

 

Pasamos a comer a un changarrito con toldos de nylon, comimos frijolito y tortilla, y nos mandaron a hacer relevos a los cinturones de paz, serían las 8:40 de la noche, cuando dos de los compañeros nos pidieron que hiciéramos guardia en el camión para que no se fuera a perder algo. Así que Jessica  y yo caminamos hasta el bus. De pronto nos sentamos en el poste de una esquina obscura de la plaza central de San Andrés, la plaza estaba toda llena de toldos plásticos de todos colores y tamaños, lo que conformaba un típico tianguis mexicano, en él se vendían desde pilas, hasta bordados tzotziles. De noche este tianguis tenía mala iluminación, en partes con foco y en otras con veladoras y nosotros estábamos en la parte más profundamente obscura de toda la plaza.  Cuando menos nos dimos cuenta eran las 3 de la mañana, ambos platicábamos con deseos de devorar los pensamientos del otro. En ese momento llegó Roldán:

 

- Dicen los comanches que si vamos a una junta que tendrán sobre seguridad. - Su tono de poder  y arrogancia, señalaban que Jessica diría que sí.

- No lo creo, - respondió Jessica, - nos han dejado encargado vigilar el camión y no podemos movernos de aquí, además traemos a Carlos, que yo la verdad, aún no confió en él como p´a dejarle esta misión -.  Mientras me miraba sus labios se mordían con ganas de besarme, sus ojos picaros me miraban con complicidad, yo sólo mire esa conversación sin hablar. Pero pude constatar que Roldán se sentía como león herido, derrotado, sus ojos denotaban que sabía la batalla perdida, su intuición le decía que había perdido el corazón de Jessica, más aún que este latía salvajemente por otro hombre, a quien tenía enfrente. Roldán se retiró con la cabeza baja, triste, aún metros después volteó a verme con mirada fulminante, yo intuí su pensamiento.

 

 - Sabes creo que tu y yo nos conocimos en otra vida. – dijo Jessica

- No lo se, puede ser, - dije yo con arrogancia.

- Es más estoy segura que tu y yo nos hemos conocido en varias vidas, - respondió ella.

 

Ahora si le creí, por sus ojos pude ver varias generaciones, pude recordar tiempos pasados, me remití históricamente a otros tiempos, no se cómo pero lo había logrado. De pronto se puso música en mis oídos, pude comprobar como nuestros cuerpos irradiaban luz, pero una luz que sólo nosotros podíamos percibir, que no ver. En ese momento el rostro de Jessica era perceptible para mí, su mirada era toda luz, sus ojos miel me penetraban profundamente.

 

De pronto y sin pensarlo, siquiera meditarlo, siquiera incitarlo, nuestros cuerpos se acercaron y se besaron incesantemente, sonidos de guitarra pasaban a mí alrededor.  Todo mi alrededor quedó perdido, olvidado, sentí como subía a lo alto de un cerro pelón, donde sólo estaban Jessica, la noche, la luna, el sonido de un huapango, y el olor a copal. Todo y todos absolutamente habían desaparecido, el ajetreo de los indígenas trayendo y llevando mercancías, cubetas, y leña desaparecieron. Sentí como si la música de mi alma se hubiera encendido, y me diera cuerdas de guitarra y violonchelo.

 

- ¿Metámonos al camión no?, hace mucho frío. – Dijo ella.


Por el Brujo Negro 

lunes, 6 de abril de 2009

Detalles

Afirmamos con debilidad lo que para nosotros es más fácil o es menos complicado, buscar amor, buscar placer, buscar cualquier tipo de satisfacción a raíz del contacto con otro ser humano,  es más fácil no saber que es eso que otros buscan, que parece cuento y que nos hace sufrir, llorar y reír de manera constante.


Una cosa es segura, lo que uno busca, encuentra, y eso es en parte por que uno ve lo que quiere ver, unos siente lo que quiere sentir, la otra persona queda como elemento partícipe de nuestras sensaciones, cómplice, un individuo que hace exactamente lo que nosotros hacemos, encuentra a partir de nosotros, formas de ser feliz, aunque esto varia en frecuencia, duración y grado.


Otra cosa es caer en el juego, cuando uno se enamora, o cree estar enamorado. La vida se llena de circunstancias que parecen fortalecer o debilitar lo que uno siente, lo que ha logrado conseguir después de mucho o poco esfuerzo, enamorarse. Descubrir que algo no es lo que creíamos, es fácil, aceptarlo es muy distinto.


Existe una sensación, probablemente no a todos les ha tocado, cuando pareciera que una persona, la persona, invade el espacio físico, mental y emocional que antes ocupaban una diversidad de ideas, conjeturas y maldiciones que uno puede llegar a cabildear hacia la vida. Algo en nosotros cambia, y es eso lo que a mi parecer hace tan atractiva esa interrupción en nuestro diario vivir. También es la razón por la cual dicha sensación no es igual para todos, hay quienes prefieren no interrumpir ni ser interrumpidos.


Decir que amar es tan fácil como dejarse llevar es falso, pero tiene algo de sentido si pensamos que dejarnos llevar en el otro nos hará sentir una y otra vez que vamos avanzando hacia algo mejor, de nuevo, todo depende de lo que uno quiere sentir.


Amor, como palabra, es mucho mas romántico que cualquier otro sentido que se le ha dado, como noción, un sentimiento ambiguo, pues amor siempre va acompañado de odio. Incalculable, pues cada uno tiene su propia manera de medirlo, y lo que es aún más complicado, hay quienes miden con la regla de otro y van avanzando sin saber realmente que tanto han retrocedido o si alguna vez llegarán a un punto muerto.


Confundir al amor es común, y válido, pues cuando no sabemos que queremos, podemos comenzar por descubrir, aunque nos pese, que es lo que definitivamente no queremos.


Si lo vemos de manera gradual, querer un beso, no es más sencillo que salir a  la calle y buscarlo; si queremos sexo, no es más fácil que salir a la calle y buscarlo; si queremos pasión, basta con salir a la calle y buscar a un conocido, aquél que en repetidas ocasiones dirige sus miradas libidinosas hacia ti sin llegar a más. Querer amor, no es recomendable, no funciona así, amor nos llega, a veces disfrazado, otras sincero y si tenemos suerte, se convierte en parte de nosotros, sin darnos cuenta a veces, y es así que día con día caminamos, pareciera que sin rumbo, y nos damos cuenta de que hay alguien caminando hacia el mismo lado, danzantes sin mucha sincronía puesto que a veces uno va más rápido que el otro, hasta llegar a un punto en que coinciden, todo se detiene, por un rato se vuelve más lento, más sencillo, más rico.


Amor no es en sí amar, amor es algo ajeno a todos hasta que él, por si mismo, nos golpea, nos da un zape, o nos acaricia la espalda llamando nuestra atención; queda en nosotros estar lo suficientemente despiertos para notarlo.

 

 

P.

lunes, 30 de marzo de 2009

Entre Encuentros y Reencuentros

Era el día de su cumpleaños y exactamente habían pasado dos meses desde que decidimos frenar nuestro “juego”. Decíamos: esto será lo mejor para todos. El acuerdo fue sencillo, no más sexo. Ella  se casaría y yo seguiría con mi vida. Pensamos que sería sencillo volver a la antigua rutina, pero nos estábamos engañando. Durante esos dos meses no perdimos el contacto, simplemente nos comunicábamos de maneras distintas. Un correo y un mensaje de celular diario, fue la alternativa perfecta para no romper el pacto. Además estaba el taller de escultura donde nos conocimos y seguíamos viéndonos. Aquel beso disimulado en la mejilla, lo más próximo a la boca, era prueba de nuestra falsa indiferencia.

Después de dos meses no habíamos cedido a aquellos impulsos carnales que nos habíamos prohibido. Aparentemente  todo iba como lo planeado. A pesar de lo ocurrido continuaba la amistad. Su fiesta sería la prueba de fuego. En realidad no parecía tan difícil, no estaríamos solas, vendrían los amigos.  A las 8:30 p.m. la había citado en mi departamento, para llegar juntas al bar.

Aquel día fue horrible, no paro de lloviznar  y encima de todo se había ido la luz en toda la cuadra. Esperarla en la sala a la luz de las velas era una tortura y además aburrido. Llego a la hora acordada y paso unos minutos al departamento en lo que terminaba de arreglarme. A pesar de la luz tenue; los distintos aromas de las velas que se mezclaban construyendo el ambiente perfecto; la puerta de mi habitación seduciéndonos a pasar y la cama que nos llamaba para recuperar el tiempo perdido, no hicimos ningún movimiento prohibido. No soportamos mucho tiempo y salimos lo antes posible.

Fuimos las primeras en llegar al bar, pero pronto los demás nos hicieron compañía. Esa tensión que había entre las dos se disipaba temporalmente con la presencia de los demás. Unas cuantas copas más tarde los amigos empezaron a retirarse. Uno a uno se despidió hasta quedarnos solas de nuevo. Charlamos y bebimos una copa más, evitando el tema prohibido. Cerca de las 2:00 a.m. la lleve a casa de su novio. Irónicamente, vivíamos a dos cuadras de distancia. Y aunque parezca una pésima escusa, en realidad le daba “ride” porque vivíamos muy cerca.

El camino de regreso a su casa me pareció una eternidad. Ninguna de las dos se atrevió a hablar. Me moría por besarla de nuevo, acariciar su piel, mínimo tomar su mano. Yo sabía que ella estaba en las mismas circunstancias que yo, pero sabíamos que teníamos que resistir.

Después de unos tortuosos minutos, en el que iba manejando como enajenada porque no podía pensar en otra cosa más que en estar de nuevo con ella, finalmente llegamos. Me estacione frente a su casa y tuvimos una charla  insípida. Y justo antes  de que saliera del carro, la tome del brazo y le plante un beso desesperado.   Al darme cuenta de lo que había hecho me disculpe y me fui antes de que entrara a su casa.

Llegue al departamento muy contrariada. Toda clase de sentimientos me bombardeaban. Me sentía terrible por haber sucumbido. No era mi intensión confundirnos aun más, pero ya no podía soportar esa farsa un minuto más. Con una luz liviana de la última vela que me quedaba; me senté en la cama y con las botas a medio sacar.  No podía pensar en otra cosa más que en aquel beso; en lo bien que sabía su boca y lo triste que era el no volverla a tener.

No se cuanto tiempo paso, pero escuche el timbre de la puerta. Era ella, mojada y tratando de explicarme que había olvidado las llaves y que su novio no estaba. No tuve más opción que darle alojamiento. El destino nos estaba jugando chueco. Parecía que todo se había alineado para que rompiéramos el pacto y así lo hicimos.

Uno beso que se deslizo hasta su cuello, siguió a los senos, bajo por el vientre hasta su sexo y  regreso a su boca. Sus manos inquietas que buscaban mis senos y mis nalgas. Lenguas que se entrelazaba  y se separaban para recordar el terreno antes recorrido.  Dos cuerpos calientes y sudorosos que por fin se encontraban y entre el vaivén se hacían uno. Y el placer que explotaba en  orgasmos; para momentos más tarde resurgir infinitamente como un fénix de aquellos cuerpos ardiendo en pasión.

De nuevo tuve sus labios, de nuevo tuve su piel, de nuevo la tuve y ella me tuvo. Conforme pasábamos las horas entre las sabanas nos dábamos cuenta del ridículo drama que habíamos vivido y de lo inútil que sería seguir con nuestro acuerdo. Debíamos de aprovechar el tiempo perdido que reclamaba la cama

No se en que momento nos quedamos dormidas, sólo recuerdo su celular y escuchar el claxon de un carro. Era su novio esperándola. Se vistió lo más rápido que pudo. Con un beso se despidió y salió deprisa del departamento.

Prendí un cigarro y seguí recostada en la cama; y en lo único que pude pensar: ¿Será esta la última vez que estamos juntas o será cómo la vez pasada?



DB

lunes, 23 de marzo de 2009

La Esencia del Final

Es el suspiro final el que extraño. Aquel con que recapacitas que el ser humano no es tan mierda y que es experto en maravillarse a si mismo. Es esa respiración, reflejo del movimiento de caderas hacia el placer; aquel que te hacia gemir, y me provocaba gritar.

 

Recuerdo aquella noche de invierto. Encima de tu pecho, entre agitados vaivenes de tus pulmones me comentaste –tus ojos se ven diferentes después de hacer el amor-. Torpemente estiré los brazos mientras mi cabello seguía absorbiendo nuestro sudor; mis piernas temblaban casi imperceptibles encima de su cadera.

 

Me quedé pensando, con la mirada sobre su rostro. La diferencia que percibía en mi ser en aquel momento, iba más allá de la mirada, porque no es el contorno del ojo el que se exalta o se desvanece, sino el enfoque de las pupilas en el mundo. Más limpio, más transparente, más sincero.

 

Unir la energía en círculos atípicos y tan familiares, causaba la levedad que no se compara con nada, por más excitación que uno cree experimentar. Porque hacer el amor con otro ser humano, es hacerle el amor al mundo entero. Volteé directo a sus labios y absorbí un poco de la sonrisa con sabor a nosotros, y nuestras múltiples fragancias. Es aquella respiración la que extraño. Como mecía mi mirada al ritmo de su pecho, a veces constante, a veces tembloroso.

 

Fui conciente de aquel último beso. El duro invierno y las tres de la mañana corriendo, le acompañaron en la partida. –Tendré que irme hoy mismo. Coméntale a Clara lo que te dije. Y no quiero lágrimas- imperó cariñosamente. Cerré los ojos para regresar al sueño, con nuestras gotas frescas en la mejilla. Mitad suyas, mitad mías.

 La perspectiva del “último beso” no sabia cuanto duraría. Un año, un decenio o una vida pero lo reconocía existente en aquel extraño país.

 

Es aquel suspiro final el que extraño. Tan último como aquel día que el mundo supo de él, tan perdido como su paradero público, tan distante como el recuerdo de hace tres años en mi mente, tan final como este orgasmo recordándole. Pero tan presente, tan intenso, tan permanente, como nuestras respiraciones agitadas en aquellos encuentros corporales. Extraño el suspiro y cargo la esencia. 


Por. Karenina Poncelac

jueves, 12 de marzo de 2009

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Recorrió suave el buró, sus dedos se congelaron, el portarretratos otra vez.


No se escondía nada en absoluto, todo al filo del ojo, la mujer entre cuatro franjas de memoria. Y es que a estas alturas todos están ya ocupados, desalojados, quebrantados.


Uno también lleva el suyo, quizá no esté ya en el buró, quizá no sea sola imagen, quizá sean todas y ninguna.


Se sentaron al borde del colchón - esta es mi casa- dijo él. Ella asintió discreta mientras trataba de sujetarse a la cobija, la apretó con fuerza y de golpe la soltó. ¿Cuántas veces había sido ultrajada ya? No quiso contar, tampoco lo pudo evitar.


Como una oleada de viento tibio se fugó de esa habitación y recorrió todas las demás. En cada una de ellas había un hueco en la pared, el tocador, la cocina, el baño, y siempre el jodido colchón.


¿Y qué es un colchón? Pompeya es ahora un cadáver viviente, un cadáver que respira, que se muestra imperio justo en las ruinas, después de la explosión. Y ¿por qué no? Quizá esto sea como un imperio en ruinas, implacable en los retazos.


Lo que queda es mucho más grande que lo que fue, la explosión, el fuego, no hace falta escuchar las voces, contar los pasos, se sabe que ahí estuvieron, y solo hace falta entrecerrar un poco los ojos para verlos, los fantasmas que duermen entre las ruinas, las ruinas o lo arruinas.


Un perro como nudo.


Volvió a la habitación, el no se percató de la fuga, seguía hablando acerca de la primera noche que pasó en la casa y el susto que se metió cuando escucho unos ruidos tras el refrigerador y como corrió por el sartén y lo mató, el primer intruso en la casa, un roedor.


Ella sonreía y trataba de respirar, el aire se condensaba, hacía calor, mucho calor. La vista se escapaba hacia la esquina- no te hagas esto- se decía. Pero sabía que lo quería, quería hacerse esto y muchas cosas más, tenía todas las promesas en la punta de la lengua, había escuchado ya algunas.


-...entonces me fui al baño y me lavé las manos como treinta veces, no pude volver a usar ese sartén, tuve que comprar otro.- Si, tenía su encanto para contar las cosas sencillas, y ella se sabía adicta a lo cotidiano, a la belleza de lo sutil, él tenía eso, la belleza de la tienda de la esquina.


Eran tan distintos como sus sexos y no hacía falta exponerlos para saberlo, muchas ocasiones el se habló en sus orejas, otras tantas ella fingió que no se percataba.


El hablaba sin decirle y ella oía sin escucharlo. Jugaban a que estaban, pretendían que se acompañaban.


-La frontera de la piel- pensó ella.

 


Por Lunática

jueves, 5 de marzo de 2009

Reencuentro

Eran las 2 de la mañana, llovía, una noche más sin poder conciliar el sueño pensando en que será de su vida, si será feliz, si esta sola, si sonríe, si se acuerda de mi, si me ve en los pequeños detalles de la vida en los que yo la sigo encontrando.


Al día siguiente mi celular empezo a vibrar, es ella, está aquí de nueva cuenta, me invita a comer, con todo gusto acepto y la llevo a la comida china. Una vez en la comida oriental y actualizados a grandes rasgos de nuestras vidas, la invito a un lugar de salsa y bachata, ella acepta mi invitación.


En el lugar empiezan los movimientos cadenciosos poco a poco con la música que ha revestido al Caribe. Al son que la música nos va marcando empezamos a juntarnos, primero nuestras manos; segundo, nuestras caderas al ritmo de bachata; tercero, lo más importante, nuestras miradas que unen  nuestras almas, nuestras almas que unen el recuerdo de lo que paso y lo que no paso. Mientras empezamos a tomar calor, tanto nuestro cuerpo como nuestras almas van reconociéndose, siendo conscientes de que no somos los mismos adolescentes , que hemos cambiado, pero que al final nuestra esencia sigue siendo la misma.


Me pide descanso, nos sentamos en nuestra mesa y nos tomamos un par de cervezas,  dejamos que las risas y el coqueteo nos lleven a algún lugar donde ya no exista regreso, que quede para el recuerdo. Volvemos a la pista, a esta altura de la noche y del baile, ella se ha sostenido el cabello, esta vez el baile es más corporal , ella no sabe ciertos movimientos que me atrevo a llevarla a conocer, de espaldas a mí, hombro con hombro, me sonríe, la magia del reencuentro inunda el lugar. Y así seguimos toda la noche al son del coqueteo, de las miradas y los recuerdos. Salimos del lugar, buscando otro para cenar, siguiendo la misma tónica, solo que esta vez nuestras manos quedaron pegadas hasta el amanecer.

 

Después de la cena, fuimos por una habitación de esas que salen a 300 pesos por cuatro horas, era fin de semana, todo estaba repleto, estaba escrito en el destino que la primera mujer que estuvo en mi cama regresara a ella. Empezamos con los besos más tiernos que hayamos dado hasta el momento, los ojos bien cerrados y la puerta de la habitación medio abierta, continuamos despojándonos de nuestras chamarras y bufandas; le susurro en el oído que nunca la deje de amar, me pregunta que si la recordé siempre, le contesto que cada una de las noches; de repente me doy cuenta que la tengo en ropa interior y me pide que le diga mas mientras me desnuda, le respondo que bese a otras mujeres pensando en ella, que después del acto siempre me quedaba con una sensación de vacío, como la de estar en una gran ciudad sin tener a donde ir, ni a quien visitar, al instante veo en sus ojos una combinación de deseo y ternura. Ella me dice, “a mí también me pasaba lo mismo, siempre me imaginaba que tú me lo harías mas tierno que nadie”, yo le contesto: “yo siempre tuve la certeza que tu serias a la que más tierno se lo haría”, instantáneamente empezamos el acto con una entrega total de cuerpos y con un reencuentro de almas que jamás había visto mi cama. La sensación de su piel con mi piel, sus ojos en el vaivén del placer, su pelo liberado en el acto de desnudez, sus sonidos, su cuerpo, su esencia. Todo en su conjunto formaba a la persona más importante en mi vida, era nuestra primera vez, la había tenido antes, pero no la había tenido, habíamos tenido a otros, pero no nos habíamos tenido a nosotros. Al terminar, sabes que ese es tu lugar y ella sabe que tu pecho es el suyo para descansar. Consumado el acto, con su cabeza en mi pecho y mis dedos en su cabello, me pregunta: "¿Me vas a esperar?"


Le contesto: "Toda la vida"


Anónimo

viernes, 27 de febrero de 2009

La Esencia

Cuando hablamos de amor, nos metemos a un círculo vicioso de respuestas que al final de cuentas no se contestan ¿qué es el amor? Si lo vemos desde el punto de vista carnal, el amor no es nada más que el despertar de los instintos animales humanos hacia otro ser humano, en donde la pasión, el sexo, la química y el deseo se apoderan de nuestro ser. Ahora bien, si lo vemos desde el punto de vista sentimental, nos encontraremos con la respuesta más popular; el amor es un sentimiento el cual comparten dos personas, el cual nace por una serie de circunstancias que hace que ambas personas se involucren de una manera empática. Como todo ciclo de vida, tiene una duración prolongada pero no eterna. La siguiente historia que voy a contarles es de amor, pero no nace de lo carnal ni de lo sentimental aunque se crea bajo estos dos preceptos. Y es entonces, donde nacerá una pregunta más compleja sobre el amor… ¿Podemos vivir, crear y transformar el amor a nuestra conveniencia?    

 

Todo comenzó una noche de viernes, el escenario era de ensueño; miles de personas congregadas en la zona rosa de la ciudad, lazers de color por doquier, un equipo de sonido que podía desenterrar muertos con el  beat de los bajos, luna llena y dos personas sedientas de amor que se encontraron esa noche, nada mas esa noche. Ante tal escenario tan perfecto, el brillo de la luna y un estado de conciencia tan inconciente me llevo a la necesidad de experimentar algo nuevo. Sin buscar mucho y como por azares del destino llegó a mi manos una pequeña pastilla color azul…

 

-       ¿Qué es esto? – pregunté

-       Éxtasis, la esencia del amor – me contestó aquella persona que después de eso, nunca más la volví a ver.

 

Sin pensarlo dos veces, me comí aquella pastilla y ansioso espere a conocer la esencia del amor. Pasaron varios minutos y yo me sentía igual, eufórico por el ambiente en el cual estaba rodeado pero parco en cuanto sensaciones nuevas. La resignación era una opción, sin embargo, algo paso: ¿Alguna vez haz sentido que tus sentidos viven más allá de tu persona? No estoy hablado de reacciones instintivas, es más que eso. Es cuando tienes la oportunidad de sentir a los demás, sentir lo que escuchas y atraer lo que deseas, es un tipo de comunicación que va más allá de la lógica tradicional de comunicación interpersonal.

 

Eso fue justamente lo que comencé a experimentar, mis sentidos pensaban por mí, mis sentidos actuaban por mí y por lo tanto mis sentidos decidían por mí. En ese contexto, sin explicación alguna sentí que poco a poco alguien se acercaba a donde yo estaba, sentía la presencia más no la veía. En cierto momento creí que me estaba volviendo loco, pero aquella presencia que sentía, no la veía entre tantas personas que me rodeaban hasta que de repente… una mirada igual de perdida que la mía se cruzó frente a mis ojos y lo que paso después fue simplemente tarea de la esencia del amor. Besos apasionados, abrazos desesperados y palabras de amor fluyeron en un escenario lleno de ritmos musicales cardiacos y luces celestiales de colores.

 

El reloj siguió su paso incansable y las horas transcurrieron, la intensidad de las sensaciones fueron decayendo poco a poco, aquellos momentos lucidos de comunicación y percepción se fueron poniendo nuevamente en la sintonía tradicional de la vida, el amor y la pasión… ¿Cuál amor? ¿Cuál pasión? De repente todo parecía ser como antes, sin vida, aburrido y monótono. Aquella mujer a la que con la mirada había conquistado, seguía conmigo pero… no éramos lo mismo, la química y todo aquello mágico de esa noche ya no existía. Lo único que perduraría entre nosotros sería aquel secreto de amor que solo nuestras miradas lo sabrían explicar.

 

¿Es aquella pastilla realmente la esencia del amor? Durante siglos el hombre a buscado la fuente de la juventud y hasta el día de hoy no existe ningún vestigio que de por hecho la juventud eterna. Durante siglos el hombre a buscado darle sentido a la vida con la creación de Dios y hasta hoy no hay nada que avale la existencia de un ser celestial todo poderoso. Durante siglos el hombre a buscado el amor eterno, la búsqueda de la felicidad por medio de este sentimiento. Algo que para mí me resulta sumamente complicado porque el amor tanto instintivo como sentimental no se puede explicar, no somos tan inteligentes. Yo ya deje a un lado la búsqueda del amor eterno, hoy  puedo vivir, crear y transformar el amor a mi conveniencia y el compartir momentos y experiencias con simplemente “La esencia” es lo que le da valor al amor.

 

Al-Gabone  

jueves, 19 de febrero de 2009

LA AGONÍA DE LOS INCOMPRENDIDOS

Sabes… estos días no soy yo, me canso rápido, se baja la euforia y me tengo que sentar, también me cuestan trabajo las miradas y los saludos ansiosos. He comenzado a tomar los caminitos desolados para llegar a destinos terroríficos mientras me diluyo entre el barullo como un fantasma. El desamor es una excusa perfecta, o por lo menos me sirve hoy. El amor que procuramos algunos aficionados al deterioro emocional es encantador para contar historias, nos convierte en victimas ¿Acaso existe algún ser humano dícese racional que no lo disfrute? Los insumos que de esto obtengo son equiparables a una dosis de esta agonía de los incomprendidos, un brebaje para la inseminación de un material exquisitamente depresivo, si si, enfermo quizá pero al fin al cabo artístico ¿No es virtuoso encontrar la belleza en el dolor del corazón?


El dolor nos convierte en narradores insanos, criaturas circulares desorientadas que se mueven en espirales tenues, compuestos de oscuros brillantes con agujeritos de luz llevaderos. Yo no sé nada de relaciones constructivas, mucho menos de amores, sólo de desamores y de mucho sexo. Eso sí… de sexo a mi pregúntenme, ya ni se me hace la gran cosa, ahora lo que más disfruto es lo que se da antes del sexo. ¿Apoco no es más bonito? Piensen nomás en todas esas veces que han tenido a uno-una o dos o tres exquisitos, con una piel de miel y un color afrutado, cabello recién secado y esos bellitos que se levantan cuando le respiras entre las orejas. Lo que sigue es mejor… tocar con la yemas de los dedos sus laterales y besar, besar cariñoso, soltando, esperando unos segundos, sonriendo, diluyéndose los labios de la saliva ácida mientras entierras poquito, nomás poquito las uñas en su espalda.


Lo que sigue después es falso y es poco. El coito, un acto mecánico que desemboca más temprano que tarde en punto y coma, de esos que son difíciles de continuar; permanece un vacio, y una pregunta que no logra formularse antes que la respuesta, entonces lo festejas con conversaciones chistorrenciales que te permiten liberarte, la poderosa fantasía de reinventarte con un desconocido, lograrte hermoso, encantador, sonriéndole a la vida, y alucinar que esta vez, probablemente-ojalá –si  lograste hacer el amor.


Por. Cósmico.

viernes, 13 de febrero de 2009

Encuentro Metafísico

Te vi. Me viste.

Nos conocemos desde siempre y aún así me gusta investigar que hay en tu mirada, pretender leer lo que conozco a través de tus pupilas.

Veo tu rostro y trato de adivinar hasta donde quieres llegar hoy.

No necesitamos palabras. Tú sabes. Yo sé.

Aún sin tocarnos, ya te siento. Recorro todo tu cuerpo despacio, suave y sin espera.

Mi piel se despierta, suda, te llama.

 

Aun sin tocarnos puedo sentir tus brazos, tu piel, tu cuerpo grande, fuerte, protector.

Aún sin tocarnos, te como completo. Disfruto tu sabor y lo meto en mi memoria.

Tu respiración se agita y la mía se divierte.

Aún sin tocarnos, puedo sentirte en mis dedos: caliente, húmedo, fuerte.

Y mi piel se despierta, suda, te llama.

 

Aún sin tocarnos, aún sin estar cerca de ti puedo olerte, puedo respirarte y te meto dentro de mí para unos segundos después liberarte.

Aun sin tocarnos siento tus manos en mi cuerpo, traviesas y confiadas, fuertes y bellas. Recorren mis piernas, se entretienen en mis gluteos y suben a mi espalda donde aprietan, pellizcan, rasguñan y se desesperan.

Y mi piel se despierta, suda, te llama.

 

Aun sin tocarnos puedo sentir tus labios húmedos. Los meto en mi boca y los acaricio con mi lengua, los hago mi tesoro y después te los regreso, son tuyos.

Aún sin tocarnos, siento tu lengua mojando mis pechos, jugando con mis pezones. Los endurece, te sienten. Muerdes.

Aun sin tocarnos, puedo sentir tus dedos dentro de mí, entran sedientos en busca de lo desconocido. Encuentran.

Y mi piel se despierta, suda, te llama.

 

Aún sin tocarnos, nos dejamos llevar por el impulso. Siento la energía de tu dureza en mis manos: su vibración, su fuerza, su calor.

Aún sin tocarnos, siento como  nos hacemos uno. Con fuerza y confianza nos conectamos, nos comunicamos y  nos transformamos. Movimientos lentos, rápidos, fuertes.

Y mi piel se despierta, suda, te llama.

 

Aún sin tocarnos hacemos el amor, mordemos, besamos, lamemos, rasguñamos, tocamos, abrazamos, vivimos.

Aún sin tocarnos gritamos,  pellizcamos, apretamos, jalamos, empujamos, reímos, lloramos, sentimos, detonamos.

Y mi piel se despierta, suda, y te llama.

Aún sin tocarnos te siento en mí.

 

 

A.

jueves, 5 de febrero de 2009

Enfermo de Amor

Yo fui un niño precoz. A los 5 años de edad mis primos me dejaban ver películas pornográficas en su computadora. Y mientras ellos tomaban cervezas afuera de la casa con amigos de la cuadra, yo  me dedicada a concentrarme en mi excitación, navegando entre paginas y paginas de mujeres haciendo del sexo un amor, tomándolo, chupándolo, dejándose perforar en tantas formas que mi mente no cabía de donde guardar tanto de lo que el sexo es posible.

Estudie la carrera de ingeniería en sistemas. Me dedico a la programación en Java, especializado en el ramo de la programación de software para portales en internet. Me va bien.

Hoy conocí a una mujer en un bar. Es increíblemente hermosa. Mira como baile, como contornea sus piernas con la música, mira su sonrisa, irradiando de felicidad a todo quien lo rodea. Me enamore de ella a primera vista, y yo, no creía en esas cosas.

En la pantalla la mujer se derrumba ante su cuerpo. Esta inmensa en sudor, se escurre por su frente, rellena su pecho, moja sutilmente todo su estomago hasta llegar a su sexo. La miras de frente, le pides un delirio, le suplicas por otro suspiro. En cuanto la tomas sientes en el ajetreo que por segundos ella también te toma a ti, te lleva de la mano por un paseo de delicias eternas.

Te detienes a mirar el momento, verlo desde otro enfoque, te alejas, miras el panorama circundante y dejas crecer tu erección. Pasando la mano por tu cigarro, dejas que el humo inunde tu visión, nubla la escena que no ha dejado de ceder, que espera explotar en su máximo orgasmo.

Gime, gime de una manera que ya parece empieza a llorar. No tenía idea de lo que estaba detrás de unos billetes, no comprendía que un momento de satisfacción podría convertirse en su peor pesadilla.

Siéntate allí. Es la silla que se presenta con una sola luz. No hay fondo mas que lo peor de nuestra enferma oscuridad. Llora. SI llora que eso me excita mas. Implora si es posible, hazlo de una buena vez.

Un largo cable corta al cuarto en dos. Una pequeña esfera de luz ilumina el ojo biónico. Toda mi fantasía en video tape

El sexo, la locura, la pesadilla hecha realidad. De eso me encargo yo, mientras en vivo mueras de amor, yo la veré en la pantalla, y en tu momento de mayor trascendencia y eternidad, yo me vendré de amor.


Javaman

jueves, 29 de enero de 2009

Un americano, dos de azúcar y sin tapa

A todas las amigas y desconocidas,
 que el sexo y el amor forzado casi destruyeron sus vidas.

 

-Un americano por favor, dos de azúcar y sin tapa.

-¡Taxi!

La ciudad abierta e intempestiva se asomaba frente a sus ojos, centenares de cabezas se movían de un lado a otro, incontables sonidos daban forma a una sinfonía extraña y sin tono; cambios de luces repentinos en los semáforos de cada esquina de la ciudad, voces graves, agudas, con un raro chillido y voraces miradas al conductor del camión que no hacía la parada.

Allí estaba ella, con el mismo café de todas las mañanas, casi las mismas preguntas y sin duda la misma ruta que había recorrido por casi 2 años.

-Tarde otra vez, maldita sea… maldito despertador… maldito Alberto; cuántas veces le he dicho y me he dicho, entre semana no, entre semana no que al día siguiente tengo que trabajar.

Por más de dos cuadras se repitió la misma frase, molesta y maldiciendo el nombre de Alberto, como si este fuera el único culpable de que ella hubiera decidido quedarse 5 minutos más en la cama y pasar 10 minutos más en la ducha.

-¿Qué dices?

-No, todo está bien, es solo que no tengo sueño.

-No sé… creo que tengo… ¿insomnio? Sí es eso ¿no? Cuando no puedes dormir.

-Pero duerme tú, Alberto, que mañana tengo que trabajar; si charlamos ahora menos podré conciliar el sueño.

-Un americano por favor, dos de azúcar y sin tapa.

-¡Taxi!

-Tarde otra vez, maldita sea… maldito despertador… maldito Alberto; cuántas veces le he dicho y me he dicho, entre semana no, entre semana no que al día siguiente tengo que trabajar.

-¡Fue morado!

-Mi orgasmo fue morado… ¿de qué color fue el tuyo?

-De nada, Alberto, no hablo de nada… mejor hay que dormir.

Parada frente a la ventana… veía caer las primeras gotas del año; lentamente sintió cómo toda la piel comenzó a reaccionar ante el frío que se colaba por las pequeñas rendijas de aquella ventana, lentamente voltió hacia la cama, y allí estaba él.

-Cuando tienes un orgasmo ¿ves algún color?

-De qué te ríes, wey, es en serio.

-Yo siempre cierro los ojos, y la veo a ella.

-¿Tienes insomnio otra vez?

-¿Y si regresas a la cama? Quizá y te dan ganas de dormir de nuevo.

-¿No quieres un suéter? Hace frío.

-Está bien, ya me duermo… ¿pongo el despertador 10 minutos antes?

Una habitación, una cama, un par de sábanas y la incontenible necesidad de poseer el cuerpo del otro… sus respiraciones, el sudor en la espalda de Alberto y en el cuello de Ana; los músculos de la espalda de Alberto se movían como si fuesen dos enormes máquinas; Ana parecía que se asfixiaba; sus brazos tratando de librar esa batalla, aquellas dos bocas desesperadas por encontrarse, susurros eróticos sobre los pezones de ella, y la lengua de Ana recorriendo lentamente el cuello de Alberto, como si en ese cuello estuviera el sabor más delicioso que ella nunca hubiera probado… ella con los ojos cerrados en busca de algún color, él viéndola a ella con sus enormes ojos color café, con esa mirada de admiración y con esa expresión de descubrimiento, allí estaban ellos. 


By Lolita Joplin

domingo, 25 de enero de 2009

Relaciones Innocuas

Aquellas mañanas de verano en casa de Belén se convirtieron en una bonita rutina. Llegaba a su casa, desayunábamos y de repente ya estábamos encamados.

Un día, después de hacerlo, Belén me dijo en tono burlón:

- No estuvo tan mal, vas mejorando.

- Claro que no estuvo mal, nunca ha estado mal. Algunas veces más rico que otras, pero nunca te has quejado.

Me pidió que volviera a la cama.

Obedecí y puse mi cabeza sobre sus piernas, el cuerpo de esta mujer era increíble para sus veinte años.

- Alex, ¿y si nos metemos a la alberca?

- No.

- ¡Ándale! Cuando éramos niños te encantaba que nos metiéramos a la alberca antes de comer. ¿Te acuerdas cuando nos bañábamos juntos?

- Claro que me acuerdo, pero antes era diferente. Mi abuela estaba ahí para cuidarnos.

- Extraño a mi abuelita, ¿crees que nos esté viendo desde el cielo?

Le sigo el juego y respondo: - Imagínate, seguro está pensando, ¡qué rico cogen mis nietos!

Belén no puede evitar reír, pero luego me reclama el comentario: ¡Ay Alex, no digas esas cosas!

Seguimos conversando durante un rato, me levanté y le dije:

- Ya me voy, tengo que ir a casa de mi novia por unas cosas.

- Pues ve, nadie te detiene. Aún no entiendo cómo es que esa niña tan linda está contigo, se merece algo mejor que tú.

Antes de irme, le doy un beso en la frente y le digo:

Sé que mi tía no va a estar mañana y tienes casa sola, ¿puedo venir otra vez?



. Chi

viernes, 16 de enero de 2009

El Olor de su Piel

El olor a tabaco y café permea el aire con su dulce aroma de hombre y mujer, como emulando la sensual sutileza del acto que acababan de perfumar. Él enciende su pipa de nuevo, ella va por otra taza. Fue sencillo, fue hermoso; fue el mejor entendimiento entre el uno y el otro. Aún quedaban fantasmas en el aire, espectros lujuriosos que entre volutas de humo, recrean el roce de una mano y cómo se acababa el aire entre los dos cuerpos, el calor mientras se respiraban el aire del otro. Impulso, arrastre, calor, fuerza, euforia, más calor y finalmente la consumación de su efusividad contenida. . . el beso, el beso, el beso.

Él despertó al día siguiente. La cama estaba fría, la cama estaba sola. Soltó aire dejando que el frío de las sábanas lo penetrara e hincase sus colmillos en los pulmones del hombre solitario. Otra vez se da cuenta de que no era más que un sueño difuso, gritado desde el rincón más lejano de su ser, un deseo que intentaba ignorar pero que, aún amortiguado, se arrastraba inexorable hasta su mente y le quitaba la paz y el sueño.

No se acordaba cuándo fue la última vez que la vio. Para ser perfectamente honesto, no recordaba si aún la amaba, pero la deseaba. Era un deseo añorante, uno que no entendía y daba razón, uno que se dedicaba a recordarle a qué olía su cabello, cómo se curveaba su espalda mientras erigían un monumento a Eros en el anfiteatro de la cama. El hombre se baña, se afeita, se viste. Se mira al espejo y ahí lo ve de nuevo, justo detrás de los ojos. El deseo le trae imágenes ahora, le recuerda esos labios voraces, insaciables. Sí, no tiene problemas para recordarlos, y se permite un momento para dejarse llevar por el memento. Pero sólo un momento es más que suficiente. Resiste, como todos los días, el impulso de llamarla, iniciando otra cruzada por el tiempo que no se dieron cuando se necesitó. Puño en mano, el hombre golpea la pared y cierra los ojos. El deseo lo mira, no con burla, sino con pena.

“Es mejor soñar y no dolerme de verdad” le dice el hombre al deseo. El deseo no responde, pero tampoco se va. El hombre se va al trabajo e intenta no hacerle caso al deseo que sólo está allí, parado, esperando. El hombre sabe que no se irá y se convence de que puede vivir a pesar de su presencia. Puede, pero aún así añora. El hombre regresa cansado a su casa vacía, su casa fría. Se va a la cama y sueña con un olor a tabaco y café.



El Gran Chuma