miércoles, 30 de junio de 2010

Antes del Postre


La ventana ofrecía una vista panorámica de la calle vacía. El sol de media tarde iluminaba sus manos al reflejarse en el agua del lavabo, como cientos de diminutas luciérnagas intermitentes que la salpicaban. Preparaba la cena con anticipación porque le gustaba tener tiempo para ella antes de dedicarse por completo a las necesidades de los demás.


Llamaron a la puerta mientras enjuagaba las verduras de la ensalada, cerró el grifo, reguló la temperatura del horno y verificó la hora antes de abrir. Su marido llegaría exactamente a las ocho de la noche. Julio y Wagner entraron sin saludar directamente a la cocina, el primero buscó en la alacena, último anaquel a la derecha, el segundo husmeó tras la estufa.


Se acomodó en el borde de la mesa y Julio verificó sin problema la ausencia de ropa interior, apenas rozó el pubis desnudo, deslizó la cremallera de su pantalón para exhibir una erección que se hizo más firme cuando ella tomó el tarro de mermelada. Destapó el frasco mientras él arrojaba la ropa. Wagner observaba, muy quieto, algo nervioso. Julio introdujo el pene en el contendor y un grueso hilo de arándanos en conserva escurrió de su escroto hasta el piso.


Wagner se abalanzó a lamerlo y ella ofreció a Julio sus pezones endurecidos. La tomó por el cuello y la hizo apresar entre los labios el glande rígido, cubierto del dulce espeso que se aligeró al mezclarse con su saliva. Todo lo que resbalaba iba a dar directamente al hocico de Wagner, que muy bien entrenado, sin ladrar, alargaba de vez en vez la lengua.


Le sacó el vestido y la colocó en cuatro, se arrodilló y tomándola por la por la nuca arremetió contra su garganta. Mientras contraía y aflojaba rítmicamente los músculos de la faringe, Julio alargó los brazos recorriéndole la espalda con manos ágiles. Separó las piernas y levantó la cadera por instinto. Sonrió: ella también era un animal obediente.


Vació un poco de la mermelada entre sus glúteos abriéndolos para que Wagner se acercara a comer de su culo. Sincronizando los movimientos de cuello y pelvis, ella usó dos dedos para abrir el coño a la lengua tibia y ligeramente áspera de Wagner. No pudo gritar, el semen la inundó. Julio se puso de pie, la verga aún enhiesta. Tomó los restos del almíbar para atraer al enorme pastor alemán que la montó sin problemas. A cada embestida sentía el miembro del can jadeante crecer dentro de ella, el pelaje suave acariciando sus muslos.


De súbito, un dolor agudo la paralizó. El pene de Wagner parecía no tener un límite de expansión, intentó separarse pero algo similar a un hueso le desgarraba transversalmente las entrañas obligándola a la inmovilidad absoluta. Trató de relajar la respiración y en su vagina, el trozo de carne bestial pulsaba revestida de alfileres. Wagner salivaba, ajeno totalmente a la imposibilidad de desprenderse de la perfecta perra con la que se apareaba.


Temía hablar, buscó a Julio con mirada suplicante y distinguió el asomo del pánico en sus ojos. Quítamelo, murmuró, pero él se replegaba hacia la salida con su ropa en la mano. El golpe de la puerta al cerrarse fue tan fuerte como los latidos en sus sienes. Intentó algún balbuceo, alargó el brazo para alcanzar el cajón de los cubiertos y se arañó la mano tratando de encontrar a ciegas un cuchillo.


Blandió la hoja metálica, el animal gruñó poniéndose a la defensiva al olfatear el miedo en el ambiente. Con indecisión, lanzó dos movimientos torpes que hicieron sangrar el vientre de Wagner. El perro sacudió las patas en un alarido y ella enterró el cuchillo con los ojos cerrados, poseída de terror y asco. Esquivó las fauces y acuchilló hasta desfallecer.


Cuando recobró el conocimiento, las vísceras de Wagner se esparcían a su alrededor sobre la loseta italiana. Con diligencia envolvió los restos en su vestido y colocó todo en una bolsa plástica reforzada. Miró el reloj, suspiró. Apagó el horno y tomó los productos de limpieza.


Se dio un baño caliente, recogió su cabello en la nuca. Bajó a terminar la ensalada, puso la mesa y escuchó el auto aparcando en la cochera. Recibió a su esposo con un beso largo, él admiró como siempre sus dotes culinarias y habló sobre remodelar el jardín. Ella asintió y recordó que la vecina había recomendado a su sobrino para trabajos en casa. Julio, un chico amable. Durante el postre acordaron llamarlo por la mañana.


E.

miércoles, 9 de junio de 2010

TRANCE



Soñando anoche te encontré. Caminábamos en un lugar sin nombre, a ninguna parte. Recuerdo tu sonrisa diáfana y tu olor, humedeciendo el aire. Notaba la ausencia de tu tacto, tan lejos que solo me rozabas el hombro. Sentí en mi pecho tu vacío, y me oí decir con la mirada baja aun arde. Hablabas de algo que no entendía con palabras que extrañamente reconozco. Quizá es la memoria, y como Pandora juegas a abrirla. El tiempo no destruye todo, repetías. Me llevabas, todavía no se a donde. De pronto tu asalto fue letal, feroz planta carnívora. Tu boca cubrió mi boca, me invadió tu lengua mojada de tinta, y el convulso relámpago se anuncio entre mis piernas. Era la fiebre, punzante de fuego respiraba contra tu cuello, apretando contra tu cintura mis muslos. Había cicatrices que me dolían, entonces te abrace la espalda con mis uñas, para recordarte que aun te quería. Tu embestida narcótica dejo mi cuerpo agonizante, sudando debajo de ti, como tu sombra. Pero al desprenderme vi en tus ojos señales de herida. Y vi tu camisa pintada de rojo, y al despertar, en mi piel estaba tu sangre.



Domine D.