jueves, 17 de mayo de 2012

ICARUS




En medio de las sombras
tú y yo inventamos este lugar
hablando bajo.

En el ultimo día, en la ultima hora.

Tus voces me erosionan
quemando bajo mi lengua toda hondura.

Una esperanza,
efímera en el rastro de sudor,
que haces sentir en efluvios agudos
como metal y sangre.
En estos laberintos se invento el fuego.
Detrás de mis párpados el relámpago
arrancado del umbral de la muerte.

Mas allá la espina dorsal estremecida
dentro del halo oscuro de tu nombres.
En la resonancia del aire me torno cristales,
sueño de paraísos robados.

Desde adentro como una espina
es el miedo que se afila inevitable
porque al arar mis manos son escasas
porque en la espera no huelo tu rastro.
Se abrirá mi piel lentamente en la distancia.
Se convulsiona el latido de tu pulso
al filo transparente de mi memoria.

Palpita la propia piel vertical
al filo inerte de glaciares días.

El cuerpo cayendo en vaporosas corolas
culminante en su íntima rareza
expandiéndose la luz
en diáfanos contrastes,
con la humedad fiera de cada luna.

Espasmo sonámbulo
entre las piernas.

Mi cuerpo, ahora, vaciado de alas y tempestades.

Soy la palabra muda que no dice nada.

Si es tu presencia, la que aun existe.

La hora creciente
que desde el edén reconozco
menguante en la llanura febril de tu espalda.

Aquí en la vigilia de este tiempo levísimo
escucho el lenguaje frágil de tu herida
donde temblando comulgue mi boca.
Era la sed de un dios en la noche más larga.

Aun veo la imagen conmovida
de la tierra misma
en la carne desnuda de tu rostro.






Domine D.