viernes, 30 de abril de 2010

"PEDACITOS DE MI CORAZÓN OSCURO"



¡Ven! Acércate a mí para que sientas como hundo mis dedos en tus ojos,

así se mezclaran tus gritos de dolor con los míos que serán de gozo.



i s r a



martes, 13 de abril de 2010

(...)

Me desperté en medio de la noche, con el sonido profundo de la marea contra la arena. El mar ha estado enojado, agitado, salvaje. Abrí los ojos del susto y me aseguré que nadie más hubiese despertado.


De noche la playa guarda un enigma en el olor y el sonido, por lo menos para los menos acostumbrados.


Sólo pude respirar el calor del mar que entraba de las ventilas y el viento sofocante que hacía sudar mi cuerpo entero.


Me quité la sábana de encima en una acción desesperada por refrescarme. Entre sueños, oleaje y sudor pude recordar tus muslos entre los míos en el ejercicio matutino de nuestro ser más primitivo. Recordé y recorrí cada detalle de ese momento que me pareció lejano.


Recordé el temblor de mis vibraciones contra tu pecho, la exaltación de pensarte de esta manera y sin estar contigo. Mis ganas frenéticas de ser tocada y la clara invitación que te hacían mis senos. Fue entonces que noté lo lejano de aquel momento y me devolví a las sombras en movimiento, a los sonidos apagados del placer de sentirte con la mente.


Regresé entonces a esa mañana donde yo todavía dormía –en este mismo sitio- y metiste los dedos debajo de la sábana y yo apenas podía sentirte. Mis ojos aún cerrados, mis oídos aún dormidos dejaban recorrer la sábana sobre mi piel. Acariciabas mi cuello con tu lengua y besabas mis hombros como sin quererme despertar. Guardabas tus dedos entre mis piernas, encontrando afrodisíacos naturales expuestos para ti. Acomodabas mi cuerpo lentamente con la delicadeza de humedecerlo por completo, de sentirlo exhibido para no tenerlo que buscar.


El éxtasis aún no superaba mi sueño, aunque el sol ya comenzaba a levantarse. Jugabas con mi cuerpo dormido dibujando figuras de un lado a otro. Tus manos recorrían más que la intimidad, tu lengua humedecía más que la piel expuesta y mis manos iban reconociendo poco a poco tu figura que clareaba de vez en cuando. Iba despertando lentamente tomándote dentro de mí. Como jugando a coger durmiendo. Tus palabras incompletas, tus gritos ahogados y tu respiración derretían mi alma en la cama. Tu dorso era agua. Tus caderas eran oleaje. Me adentré en ese primer beso matutino y me apresuré a poner mi mano contra la cabecera desahogando el aire contenido. Las palabras inconclusas nos acercaron al fin. Mi cuerpo había despedido al sueño para emprender el cataclismo. Cabalgábamos nuestros cuerpos sin tener que enfrentar el descubierto de la luz. Sin la necesidad de encontrarnos desnudos frente al otro.


Aún guardábamos la mañana: el mal aliento, las líneas de la sábana, la erección contenida y el deseo desnudo.


Pensé que en esta cama no habías sido el único, pensé en no hacer ruido, pensé en los orgasmos obligados, los recuerdos imborrables y en esta –nuestra- despedida de amor. Recordé la cara de tu novia y la vez que la engañamos. Sabía que la querías pero que nunca me dejarías. Ya había pasado con las otras y siempre preferí el papel de la amante. Mucho más interesante.


Por fin salió el sol. La luz brillaba en el cuarto, tu cuerpo se erizó, el último gemido aseguró tu éxito. Sí me gustó. Me besaste y luego susurraste muy quedito Buenos días.


Te levantaste de la cama, tomaste tu boleto y cogiste tu maleta. Quedaba una hora para tu vuelo y yo seguía de costado en la cama. Pensé que volverías, pero esta madrugada caliente y estrujada me devuelven tu ausencia y el recuerdo que metí en tu cartera.



Jimena.