jueves, 19 de enero de 2012

Mareas

Ella tirada en la arena...



El sonido del mar, el sol quemándole la cara, el picar de la arena, el despertar.



La carne aún viva, de esas que existen en el límite de las heridas que se cierran y las cicatrices que se quedan.



El cuerpo desgarrado de tanta lucha; la mirada de desconcierto. No había brújula ni sabía cómo había llegado hasta allí.



El despertar que surge después de superar el cansancio.



El susurro del mar -el susurro de un recuerdo- fue en una tarde que la apartó de la orilla. Abandonándola sola en la negrura de la noche, se había enfrentado a marejadas y tormentas, a monstruos marinos que le rondaban los pies; monstruos que no sabía como eran, que no sabía como podían atacarla; pero que estaban ahí, se hacían presentes y de pronto se aparecían y se alejaban de la misma manera en como habían venido.



Después de un tiempo, sintió que las fuerzas la abandonaron, ya no veía la costa y comprendió que no podía contra el poder, contra la fuerza y la totalidad de esa inmensidad. Se abandonó pues a ella, y aceptó la derrota.



No supo de si misma por un tiempo; hasta la fecha no sabe en que momento algo pasó en la inmensidad de la noche. En qué momento la marea contra la que luchaba, la que ya conocía, cedió; o llegó a otra de tierras lejanas y la llevó por otro rumbo. Sólo recuerda la cercanía, el tacto y, luego, la inmensidad de la noche.



Ahora se encuentra despertando, desconcertada, recién vomitada por el mar, golpeada y rescatada por la marea. Las mareas.



No sabía donde se encontraba; si eso era isla o continente, sólo sabía que un deseo profundo le surgía como una certeza del fondo de las entrañas; le gustó sentir que sucumbía a él, pues le ayudó a levantarse.



No volvió la mirada al mar. Sólo pudo recordar que la noche anterior, había sido una noche de luna llena.



Estrella del Mar