Era el día de su cumpleaños y exactamente habían pasado dos meses desde que decidimos frenar nuestro “juego”. Decíamos: esto será lo mejor para todos. El acuerdo fue sencillo, no más sexo. Ella se casaría y yo seguiría con mi vida. Pensamos que sería sencillo volver a la antigua rutina, pero nos estábamos engañando. Durante esos dos meses no perdimos el contacto, simplemente nos comunicábamos de maneras distintas. Un correo y un mensaje de celular diario, fue la alternativa perfecta para no romper el pacto. Además estaba el taller de escultura donde nos conocimos y seguíamos viéndonos. Aquel beso disimulado en la mejilla, lo más próximo a la boca, era prueba de nuestra falsa indiferencia.
Después de dos meses no habíamos cedido a aquellos impulsos carnales que nos habíamos prohibido. Aparentemente todo iba como lo planeado. A pesar de lo ocurrido continuaba la amistad. Su fiesta sería la prueba de fuego. En realidad no parecía tan difícil, no estaríamos solas, vendrían los amigos. A las 8:30 p.m. la había citado en mi departamento, para llegar juntas al bar.
Aquel día fue horrible, no paro de lloviznar y encima de todo se había ido la luz en toda la cuadra. Esperarla en la sala a la luz de las velas era una tortura y además aburrido. Llego a la hora acordada y paso unos minutos al departamento en lo que terminaba de arreglarme. A pesar de la luz tenue; los distintos aromas de las velas que se mezclaban construyendo el ambiente perfecto; la puerta de mi habitación seduciéndonos a pasar y la cama que nos llamaba para recuperar el tiempo perdido, no hicimos ningún movimiento prohibido. No soportamos mucho tiempo y salimos lo antes posible.
Fuimos las primeras en llegar al bar, pero pronto los demás nos hicieron compañía. Esa tensión que había entre las dos se disipaba temporalmente con la presencia de los demás. Unas cuantas copas más tarde los amigos empezaron a retirarse. Uno a uno se despidió hasta quedarnos solas de nuevo. Charlamos y bebimos una copa más, evitando el tema prohibido. Cerca de las 2:00 a.m. la lleve a casa de su novio. Irónicamente, vivíamos a dos cuadras de distancia. Y aunque parezca una pésima escusa, en realidad le daba “ride” porque vivíamos muy cerca.
El camino de regreso a su casa me pareció una eternidad. Ninguna de las dos se atrevió a hablar. Me moría por besarla de nuevo, acariciar su piel, mínimo tomar su mano. Yo sabía que ella estaba en las mismas circunstancias que yo, pero sabíamos que teníamos que resistir.
Después de unos tortuosos minutos, en el que iba manejando como enajenada porque no podía pensar en otra cosa más que en estar de nuevo con ella, finalmente llegamos. Me estacione frente a su casa y tuvimos una charla insípida. Y justo antes de que saliera del carro, la tome del brazo y le plante un beso desesperado. Al darme cuenta de lo que había hecho me disculpe y me fui antes de que entrara a su casa.
Llegue al departamento muy contrariada. Toda clase de sentimientos me bombardeaban. Me sentía terrible por haber sucumbido. No era mi intensión confundirnos aun más, pero ya no podía soportar esa farsa un minuto más. Con una luz liviana de la última vela que me quedaba; me senté en la cama y con las botas a medio sacar. No podía pensar en otra cosa más que en aquel beso; en lo bien que sabía su boca y lo triste que era el no volverla a tener.
No se cuanto tiempo paso, pero escuche el timbre de la puerta. Era ella, mojada y tratando de explicarme que había olvidado las llaves y que su novio no estaba. No tuve más opción que darle alojamiento. El destino nos estaba jugando chueco. Parecía que todo se había alineado para que rompiéramos el pacto y así lo hicimos.
Uno beso que se deslizo hasta su cuello, siguió a los senos, bajo por el vientre hasta su sexo y regreso a su boca. Sus manos inquietas que buscaban mis senos y mis nalgas. Lenguas que se entrelazaba y se separaban para recordar el terreno antes recorrido. Dos cuerpos calientes y sudorosos que por fin se encontraban y entre el vaivén se hacían uno. Y el placer que explotaba en orgasmos; para momentos más tarde resurgir infinitamente como un fénix de aquellos cuerpos ardiendo en pasión.
De nuevo tuve sus labios, de nuevo tuve su piel, de nuevo la tuve y ella me tuvo. Conforme pasábamos las horas entre las sabanas nos dábamos cuenta del ridículo drama que habíamos vivido y de lo inútil que sería seguir con nuestro acuerdo. Debíamos de aprovechar el tiempo perdido que reclamaba la cama
No se en que momento nos quedamos dormidas, sólo recuerdo su celular y escuchar el claxon de un carro. Era su novio esperándola. Se vistió lo más rápido que pudo. Con un beso se despidió y salió deprisa del departamento.
Prendí un cigarro y seguí recostada en la cama; y en lo único que pude pensar: ¿Será esta la última vez que estamos juntas o será cómo la vez pasada?
DB