lunes, 30 de marzo de 2009

Entre Encuentros y Reencuentros

Era el día de su cumpleaños y exactamente habían pasado dos meses desde que decidimos frenar nuestro “juego”. Decíamos: esto será lo mejor para todos. El acuerdo fue sencillo, no más sexo. Ella  se casaría y yo seguiría con mi vida. Pensamos que sería sencillo volver a la antigua rutina, pero nos estábamos engañando. Durante esos dos meses no perdimos el contacto, simplemente nos comunicábamos de maneras distintas. Un correo y un mensaje de celular diario, fue la alternativa perfecta para no romper el pacto. Además estaba el taller de escultura donde nos conocimos y seguíamos viéndonos. Aquel beso disimulado en la mejilla, lo más próximo a la boca, era prueba de nuestra falsa indiferencia.

Después de dos meses no habíamos cedido a aquellos impulsos carnales que nos habíamos prohibido. Aparentemente  todo iba como lo planeado. A pesar de lo ocurrido continuaba la amistad. Su fiesta sería la prueba de fuego. En realidad no parecía tan difícil, no estaríamos solas, vendrían los amigos.  A las 8:30 p.m. la había citado en mi departamento, para llegar juntas al bar.

Aquel día fue horrible, no paro de lloviznar  y encima de todo se había ido la luz en toda la cuadra. Esperarla en la sala a la luz de las velas era una tortura y además aburrido. Llego a la hora acordada y paso unos minutos al departamento en lo que terminaba de arreglarme. A pesar de la luz tenue; los distintos aromas de las velas que se mezclaban construyendo el ambiente perfecto; la puerta de mi habitación seduciéndonos a pasar y la cama que nos llamaba para recuperar el tiempo perdido, no hicimos ningún movimiento prohibido. No soportamos mucho tiempo y salimos lo antes posible.

Fuimos las primeras en llegar al bar, pero pronto los demás nos hicieron compañía. Esa tensión que había entre las dos se disipaba temporalmente con la presencia de los demás. Unas cuantas copas más tarde los amigos empezaron a retirarse. Uno a uno se despidió hasta quedarnos solas de nuevo. Charlamos y bebimos una copa más, evitando el tema prohibido. Cerca de las 2:00 a.m. la lleve a casa de su novio. Irónicamente, vivíamos a dos cuadras de distancia. Y aunque parezca una pésima escusa, en realidad le daba “ride” porque vivíamos muy cerca.

El camino de regreso a su casa me pareció una eternidad. Ninguna de las dos se atrevió a hablar. Me moría por besarla de nuevo, acariciar su piel, mínimo tomar su mano. Yo sabía que ella estaba en las mismas circunstancias que yo, pero sabíamos que teníamos que resistir.

Después de unos tortuosos minutos, en el que iba manejando como enajenada porque no podía pensar en otra cosa más que en estar de nuevo con ella, finalmente llegamos. Me estacione frente a su casa y tuvimos una charla  insípida. Y justo antes  de que saliera del carro, la tome del brazo y le plante un beso desesperado.   Al darme cuenta de lo que había hecho me disculpe y me fui antes de que entrara a su casa.

Llegue al departamento muy contrariada. Toda clase de sentimientos me bombardeaban. Me sentía terrible por haber sucumbido. No era mi intensión confundirnos aun más, pero ya no podía soportar esa farsa un minuto más. Con una luz liviana de la última vela que me quedaba; me senté en la cama y con las botas a medio sacar.  No podía pensar en otra cosa más que en aquel beso; en lo bien que sabía su boca y lo triste que era el no volverla a tener.

No se cuanto tiempo paso, pero escuche el timbre de la puerta. Era ella, mojada y tratando de explicarme que había olvidado las llaves y que su novio no estaba. No tuve más opción que darle alojamiento. El destino nos estaba jugando chueco. Parecía que todo se había alineado para que rompiéramos el pacto y así lo hicimos.

Uno beso que se deslizo hasta su cuello, siguió a los senos, bajo por el vientre hasta su sexo y  regreso a su boca. Sus manos inquietas que buscaban mis senos y mis nalgas. Lenguas que se entrelazaba  y se separaban para recordar el terreno antes recorrido.  Dos cuerpos calientes y sudorosos que por fin se encontraban y entre el vaivén se hacían uno. Y el placer que explotaba en  orgasmos; para momentos más tarde resurgir infinitamente como un fénix de aquellos cuerpos ardiendo en pasión.

De nuevo tuve sus labios, de nuevo tuve su piel, de nuevo la tuve y ella me tuvo. Conforme pasábamos las horas entre las sabanas nos dábamos cuenta del ridículo drama que habíamos vivido y de lo inútil que sería seguir con nuestro acuerdo. Debíamos de aprovechar el tiempo perdido que reclamaba la cama

No se en que momento nos quedamos dormidas, sólo recuerdo su celular y escuchar el claxon de un carro. Era su novio esperándola. Se vistió lo más rápido que pudo. Con un beso se despidió y salió deprisa del departamento.

Prendí un cigarro y seguí recostada en la cama; y en lo único que pude pensar: ¿Será esta la última vez que estamos juntas o será cómo la vez pasada?



DB

lunes, 23 de marzo de 2009

La Esencia del Final

Es el suspiro final el que extraño. Aquel con que recapacitas que el ser humano no es tan mierda y que es experto en maravillarse a si mismo. Es esa respiración, reflejo del movimiento de caderas hacia el placer; aquel que te hacia gemir, y me provocaba gritar.

 

Recuerdo aquella noche de invierto. Encima de tu pecho, entre agitados vaivenes de tus pulmones me comentaste –tus ojos se ven diferentes después de hacer el amor-. Torpemente estiré los brazos mientras mi cabello seguía absorbiendo nuestro sudor; mis piernas temblaban casi imperceptibles encima de su cadera.

 

Me quedé pensando, con la mirada sobre su rostro. La diferencia que percibía en mi ser en aquel momento, iba más allá de la mirada, porque no es el contorno del ojo el que se exalta o se desvanece, sino el enfoque de las pupilas en el mundo. Más limpio, más transparente, más sincero.

 

Unir la energía en círculos atípicos y tan familiares, causaba la levedad que no se compara con nada, por más excitación que uno cree experimentar. Porque hacer el amor con otro ser humano, es hacerle el amor al mundo entero. Volteé directo a sus labios y absorbí un poco de la sonrisa con sabor a nosotros, y nuestras múltiples fragancias. Es aquella respiración la que extraño. Como mecía mi mirada al ritmo de su pecho, a veces constante, a veces tembloroso.

 

Fui conciente de aquel último beso. El duro invierno y las tres de la mañana corriendo, le acompañaron en la partida. –Tendré que irme hoy mismo. Coméntale a Clara lo que te dije. Y no quiero lágrimas- imperó cariñosamente. Cerré los ojos para regresar al sueño, con nuestras gotas frescas en la mejilla. Mitad suyas, mitad mías.

 La perspectiva del “último beso” no sabia cuanto duraría. Un año, un decenio o una vida pero lo reconocía existente en aquel extraño país.

 

Es aquel suspiro final el que extraño. Tan último como aquel día que el mundo supo de él, tan perdido como su paradero público, tan distante como el recuerdo de hace tres años en mi mente, tan final como este orgasmo recordándole. Pero tan presente, tan intenso, tan permanente, como nuestras respiraciones agitadas en aquellos encuentros corporales. Extraño el suspiro y cargo la esencia. 


Por. Karenina Poncelac

jueves, 12 de marzo de 2009

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Recorrió suave el buró, sus dedos se congelaron, el portarretratos otra vez.


No se escondía nada en absoluto, todo al filo del ojo, la mujer entre cuatro franjas de memoria. Y es que a estas alturas todos están ya ocupados, desalojados, quebrantados.


Uno también lleva el suyo, quizá no esté ya en el buró, quizá no sea sola imagen, quizá sean todas y ninguna.


Se sentaron al borde del colchón - esta es mi casa- dijo él. Ella asintió discreta mientras trataba de sujetarse a la cobija, la apretó con fuerza y de golpe la soltó. ¿Cuántas veces había sido ultrajada ya? No quiso contar, tampoco lo pudo evitar.


Como una oleada de viento tibio se fugó de esa habitación y recorrió todas las demás. En cada una de ellas había un hueco en la pared, el tocador, la cocina, el baño, y siempre el jodido colchón.


¿Y qué es un colchón? Pompeya es ahora un cadáver viviente, un cadáver que respira, que se muestra imperio justo en las ruinas, después de la explosión. Y ¿por qué no? Quizá esto sea como un imperio en ruinas, implacable en los retazos.


Lo que queda es mucho más grande que lo que fue, la explosión, el fuego, no hace falta escuchar las voces, contar los pasos, se sabe que ahí estuvieron, y solo hace falta entrecerrar un poco los ojos para verlos, los fantasmas que duermen entre las ruinas, las ruinas o lo arruinas.


Un perro como nudo.


Volvió a la habitación, el no se percató de la fuga, seguía hablando acerca de la primera noche que pasó en la casa y el susto que se metió cuando escucho unos ruidos tras el refrigerador y como corrió por el sartén y lo mató, el primer intruso en la casa, un roedor.


Ella sonreía y trataba de respirar, el aire se condensaba, hacía calor, mucho calor. La vista se escapaba hacia la esquina- no te hagas esto- se decía. Pero sabía que lo quería, quería hacerse esto y muchas cosas más, tenía todas las promesas en la punta de la lengua, había escuchado ya algunas.


-...entonces me fui al baño y me lavé las manos como treinta veces, no pude volver a usar ese sartén, tuve que comprar otro.- Si, tenía su encanto para contar las cosas sencillas, y ella se sabía adicta a lo cotidiano, a la belleza de lo sutil, él tenía eso, la belleza de la tienda de la esquina.


Eran tan distintos como sus sexos y no hacía falta exponerlos para saberlo, muchas ocasiones el se habló en sus orejas, otras tantas ella fingió que no se percataba.


El hablaba sin decirle y ella oía sin escucharlo. Jugaban a que estaban, pretendían que se acompañaban.


-La frontera de la piel- pensó ella.

 


Por Lunática

jueves, 5 de marzo de 2009

Reencuentro

Eran las 2 de la mañana, llovía, una noche más sin poder conciliar el sueño pensando en que será de su vida, si será feliz, si esta sola, si sonríe, si se acuerda de mi, si me ve en los pequeños detalles de la vida en los que yo la sigo encontrando.


Al día siguiente mi celular empezo a vibrar, es ella, está aquí de nueva cuenta, me invita a comer, con todo gusto acepto y la llevo a la comida china. Una vez en la comida oriental y actualizados a grandes rasgos de nuestras vidas, la invito a un lugar de salsa y bachata, ella acepta mi invitación.


En el lugar empiezan los movimientos cadenciosos poco a poco con la música que ha revestido al Caribe. Al son que la música nos va marcando empezamos a juntarnos, primero nuestras manos; segundo, nuestras caderas al ritmo de bachata; tercero, lo más importante, nuestras miradas que unen  nuestras almas, nuestras almas que unen el recuerdo de lo que paso y lo que no paso. Mientras empezamos a tomar calor, tanto nuestro cuerpo como nuestras almas van reconociéndose, siendo conscientes de que no somos los mismos adolescentes , que hemos cambiado, pero que al final nuestra esencia sigue siendo la misma.


Me pide descanso, nos sentamos en nuestra mesa y nos tomamos un par de cervezas,  dejamos que las risas y el coqueteo nos lleven a algún lugar donde ya no exista regreso, que quede para el recuerdo. Volvemos a la pista, a esta altura de la noche y del baile, ella se ha sostenido el cabello, esta vez el baile es más corporal , ella no sabe ciertos movimientos que me atrevo a llevarla a conocer, de espaldas a mí, hombro con hombro, me sonríe, la magia del reencuentro inunda el lugar. Y así seguimos toda la noche al son del coqueteo, de las miradas y los recuerdos. Salimos del lugar, buscando otro para cenar, siguiendo la misma tónica, solo que esta vez nuestras manos quedaron pegadas hasta el amanecer.

 

Después de la cena, fuimos por una habitación de esas que salen a 300 pesos por cuatro horas, era fin de semana, todo estaba repleto, estaba escrito en el destino que la primera mujer que estuvo en mi cama regresara a ella. Empezamos con los besos más tiernos que hayamos dado hasta el momento, los ojos bien cerrados y la puerta de la habitación medio abierta, continuamos despojándonos de nuestras chamarras y bufandas; le susurro en el oído que nunca la deje de amar, me pregunta que si la recordé siempre, le contesto que cada una de las noches; de repente me doy cuenta que la tengo en ropa interior y me pide que le diga mas mientras me desnuda, le respondo que bese a otras mujeres pensando en ella, que después del acto siempre me quedaba con una sensación de vacío, como la de estar en una gran ciudad sin tener a donde ir, ni a quien visitar, al instante veo en sus ojos una combinación de deseo y ternura. Ella me dice, “a mí también me pasaba lo mismo, siempre me imaginaba que tú me lo harías mas tierno que nadie”, yo le contesto: “yo siempre tuve la certeza que tu serias a la que más tierno se lo haría”, instantáneamente empezamos el acto con una entrega total de cuerpos y con un reencuentro de almas que jamás había visto mi cama. La sensación de su piel con mi piel, sus ojos en el vaivén del placer, su pelo liberado en el acto de desnudez, sus sonidos, su cuerpo, su esencia. Todo en su conjunto formaba a la persona más importante en mi vida, era nuestra primera vez, la había tenido antes, pero no la había tenido, habíamos tenido a otros, pero no nos habíamos tenido a nosotros. Al terminar, sabes que ese es tu lugar y ella sabe que tu pecho es el suyo para descansar. Consumado el acto, con su cabeza en mi pecho y mis dedos en su cabello, me pregunta: "¿Me vas a esperar?"


Le contesto: "Toda la vida"


Anónimo