jueves, 29 de enero de 2009

Un americano, dos de azúcar y sin tapa

A todas las amigas y desconocidas,
 que el sexo y el amor forzado casi destruyeron sus vidas.

 

-Un americano por favor, dos de azúcar y sin tapa.

-¡Taxi!

La ciudad abierta e intempestiva se asomaba frente a sus ojos, centenares de cabezas se movían de un lado a otro, incontables sonidos daban forma a una sinfonía extraña y sin tono; cambios de luces repentinos en los semáforos de cada esquina de la ciudad, voces graves, agudas, con un raro chillido y voraces miradas al conductor del camión que no hacía la parada.

Allí estaba ella, con el mismo café de todas las mañanas, casi las mismas preguntas y sin duda la misma ruta que había recorrido por casi 2 años.

-Tarde otra vez, maldita sea… maldito despertador… maldito Alberto; cuántas veces le he dicho y me he dicho, entre semana no, entre semana no que al día siguiente tengo que trabajar.

Por más de dos cuadras se repitió la misma frase, molesta y maldiciendo el nombre de Alberto, como si este fuera el único culpable de que ella hubiera decidido quedarse 5 minutos más en la cama y pasar 10 minutos más en la ducha.

-¿Qué dices?

-No, todo está bien, es solo que no tengo sueño.

-No sé… creo que tengo… ¿insomnio? Sí es eso ¿no? Cuando no puedes dormir.

-Pero duerme tú, Alberto, que mañana tengo que trabajar; si charlamos ahora menos podré conciliar el sueño.

-Un americano por favor, dos de azúcar y sin tapa.

-¡Taxi!

-Tarde otra vez, maldita sea… maldito despertador… maldito Alberto; cuántas veces le he dicho y me he dicho, entre semana no, entre semana no que al día siguiente tengo que trabajar.

-¡Fue morado!

-Mi orgasmo fue morado… ¿de qué color fue el tuyo?

-De nada, Alberto, no hablo de nada… mejor hay que dormir.

Parada frente a la ventana… veía caer las primeras gotas del año; lentamente sintió cómo toda la piel comenzó a reaccionar ante el frío que se colaba por las pequeñas rendijas de aquella ventana, lentamente voltió hacia la cama, y allí estaba él.

-Cuando tienes un orgasmo ¿ves algún color?

-De qué te ríes, wey, es en serio.

-Yo siempre cierro los ojos, y la veo a ella.

-¿Tienes insomnio otra vez?

-¿Y si regresas a la cama? Quizá y te dan ganas de dormir de nuevo.

-¿No quieres un suéter? Hace frío.

-Está bien, ya me duermo… ¿pongo el despertador 10 minutos antes?

Una habitación, una cama, un par de sábanas y la incontenible necesidad de poseer el cuerpo del otro… sus respiraciones, el sudor en la espalda de Alberto y en el cuello de Ana; los músculos de la espalda de Alberto se movían como si fuesen dos enormes máquinas; Ana parecía que se asfixiaba; sus brazos tratando de librar esa batalla, aquellas dos bocas desesperadas por encontrarse, susurros eróticos sobre los pezones de ella, y la lengua de Ana recorriendo lentamente el cuello de Alberto, como si en ese cuello estuviera el sabor más delicioso que ella nunca hubiera probado… ella con los ojos cerrados en busca de algún color, él viéndola a ella con sus enormes ojos color café, con esa mirada de admiración y con esa expresión de descubrimiento, allí estaban ellos. 


By Lolita Joplin

domingo, 25 de enero de 2009

Relaciones Innocuas

Aquellas mañanas de verano en casa de Belén se convirtieron en una bonita rutina. Llegaba a su casa, desayunábamos y de repente ya estábamos encamados.

Un día, después de hacerlo, Belén me dijo en tono burlón:

- No estuvo tan mal, vas mejorando.

- Claro que no estuvo mal, nunca ha estado mal. Algunas veces más rico que otras, pero nunca te has quejado.

Me pidió que volviera a la cama.

Obedecí y puse mi cabeza sobre sus piernas, el cuerpo de esta mujer era increíble para sus veinte años.

- Alex, ¿y si nos metemos a la alberca?

- No.

- ¡Ándale! Cuando éramos niños te encantaba que nos metiéramos a la alberca antes de comer. ¿Te acuerdas cuando nos bañábamos juntos?

- Claro que me acuerdo, pero antes era diferente. Mi abuela estaba ahí para cuidarnos.

- Extraño a mi abuelita, ¿crees que nos esté viendo desde el cielo?

Le sigo el juego y respondo: - Imagínate, seguro está pensando, ¡qué rico cogen mis nietos!

Belén no puede evitar reír, pero luego me reclama el comentario: ¡Ay Alex, no digas esas cosas!

Seguimos conversando durante un rato, me levanté y le dije:

- Ya me voy, tengo que ir a casa de mi novia por unas cosas.

- Pues ve, nadie te detiene. Aún no entiendo cómo es que esa niña tan linda está contigo, se merece algo mejor que tú.

Antes de irme, le doy un beso en la frente y le digo:

Sé que mi tía no va a estar mañana y tienes casa sola, ¿puedo venir otra vez?



. Chi

viernes, 16 de enero de 2009

El Olor de su Piel

El olor a tabaco y café permea el aire con su dulce aroma de hombre y mujer, como emulando la sensual sutileza del acto que acababan de perfumar. Él enciende su pipa de nuevo, ella va por otra taza. Fue sencillo, fue hermoso; fue el mejor entendimiento entre el uno y el otro. Aún quedaban fantasmas en el aire, espectros lujuriosos que entre volutas de humo, recrean el roce de una mano y cómo se acababa el aire entre los dos cuerpos, el calor mientras se respiraban el aire del otro. Impulso, arrastre, calor, fuerza, euforia, más calor y finalmente la consumación de su efusividad contenida. . . el beso, el beso, el beso.

Él despertó al día siguiente. La cama estaba fría, la cama estaba sola. Soltó aire dejando que el frío de las sábanas lo penetrara e hincase sus colmillos en los pulmones del hombre solitario. Otra vez se da cuenta de que no era más que un sueño difuso, gritado desde el rincón más lejano de su ser, un deseo que intentaba ignorar pero que, aún amortiguado, se arrastraba inexorable hasta su mente y le quitaba la paz y el sueño.

No se acordaba cuándo fue la última vez que la vio. Para ser perfectamente honesto, no recordaba si aún la amaba, pero la deseaba. Era un deseo añorante, uno que no entendía y daba razón, uno que se dedicaba a recordarle a qué olía su cabello, cómo se curveaba su espalda mientras erigían un monumento a Eros en el anfiteatro de la cama. El hombre se baña, se afeita, se viste. Se mira al espejo y ahí lo ve de nuevo, justo detrás de los ojos. El deseo le trae imágenes ahora, le recuerda esos labios voraces, insaciables. Sí, no tiene problemas para recordarlos, y se permite un momento para dejarse llevar por el memento. Pero sólo un momento es más que suficiente. Resiste, como todos los días, el impulso de llamarla, iniciando otra cruzada por el tiempo que no se dieron cuando se necesitó. Puño en mano, el hombre golpea la pared y cierra los ojos. El deseo lo mira, no con burla, sino con pena.

“Es mejor soñar y no dolerme de verdad” le dice el hombre al deseo. El deseo no responde, pero tampoco se va. El hombre se va al trabajo e intenta no hacerle caso al deseo que sólo está allí, parado, esperando. El hombre sabe que no se irá y se convence de que puede vivir a pesar de su presencia. Puede, pero aún así añora. El hombre regresa cansado a su casa vacía, su casa fría. Se va a la cama y sueña con un olor a tabaco y café.



El Gran Chuma