A todas las amigas y desconocidas,que el sexo y el amor forzado casi destruyeron sus vidas.
-Un americano por favor, dos de azúcar y sin tapa.
-¡Taxi!
La ciudad abierta e intempestiva se asomaba frente a sus ojos, centenares de cabezas se movían de un lado a otro, incontables sonidos daban forma a una sinfonía extraña y sin tono; cambios de luces repentinos en los semáforos de cada esquina de la ciudad, voces graves, agudas, con un raro chillido y voraces miradas al conductor del camión que no hacía la parada.
Allí estaba ella, con el mismo café de todas las mañanas, casi las mismas preguntas y sin duda la misma ruta que había recorrido por casi 2 años.
-Tarde otra vez, maldita sea… maldito despertador… maldito Alberto; cuántas veces le he dicho y me he dicho, entre semana no, entre semana no que al día siguiente tengo que trabajar.
Por más de dos cuadras se repitió la misma frase, molesta y maldiciendo el nombre de Alberto, como si este fuera el único culpable de que ella hubiera decidido quedarse 5 minutos más en la cama y pasar 10 minutos más en la ducha.
-¿Qué dices?
-No, todo está bien, es solo que no tengo sueño.
-No sé… creo que tengo… ¿insomnio? Sí es eso ¿no? Cuando no puedes dormir.
-Pero duerme tú, Alberto, que mañana tengo que trabajar; si charlamos ahora menos podré conciliar el sueño.
-Un americano por favor, dos de azúcar y sin tapa.
-¡Taxi!
-Tarde otra vez, maldita sea… maldito despertador… maldito Alberto; cuántas veces le he dicho y me he dicho, entre semana no, entre semana no que al día siguiente tengo que trabajar.
-¡Fue morado!
-Mi orgasmo fue morado… ¿de qué color fue el tuyo?
-De nada, Alberto, no hablo de nada… mejor hay que dormir.
Parada frente a la ventana… veía caer las primeras gotas del año; lentamente sintió cómo toda la piel comenzó a reaccionar ante el frío que se colaba por las pequeñas rendijas de aquella ventana, lentamente voltió hacia la cama, y allí estaba él.
-Cuando tienes un orgasmo ¿ves algún color?
-De qué te ríes, wey, es en serio.
-Yo siempre cierro los ojos, y la veo a ella.
-¿Tienes insomnio otra vez?
-¿Y si regresas a la cama? Quizá y te dan ganas de dormir de nuevo.
-¿No quieres un suéter? Hace frío.
-Está bien, ya me duermo… ¿pongo el despertador 10 minutos antes?
Una habitación, una cama, un par de sábanas y la incontenible necesidad de poseer el cuerpo del otro… sus respiraciones, el sudor en la espalda de Alberto y en el cuello de Ana; los músculos de la espalda de Alberto se movían como si fuesen dos enormes máquinas; Ana parecía que se asfixiaba; sus brazos tratando de librar esa batalla, aquellas dos bocas desesperadas por encontrarse, susurros eróticos sobre los pezones de ella, y la lengua de Ana recorriendo lentamente el cuello de Alberto, como si en ese cuello estuviera el sabor más delicioso que ella nunca hubiera probado… ella con los ojos cerrados en busca de algún color, él viéndola a ella con sus enormes ojos color café, con esa mirada de admiración y con esa expresión de descubrimiento, allí estaban ellos.
By Lolita Joplin