viernes, 16 de enero de 2009

El Olor de su Piel

El olor a tabaco y café permea el aire con su dulce aroma de hombre y mujer, como emulando la sensual sutileza del acto que acababan de perfumar. Él enciende su pipa de nuevo, ella va por otra taza. Fue sencillo, fue hermoso; fue el mejor entendimiento entre el uno y el otro. Aún quedaban fantasmas en el aire, espectros lujuriosos que entre volutas de humo, recrean el roce de una mano y cómo se acababa el aire entre los dos cuerpos, el calor mientras se respiraban el aire del otro. Impulso, arrastre, calor, fuerza, euforia, más calor y finalmente la consumación de su efusividad contenida. . . el beso, el beso, el beso.

Él despertó al día siguiente. La cama estaba fría, la cama estaba sola. Soltó aire dejando que el frío de las sábanas lo penetrara e hincase sus colmillos en los pulmones del hombre solitario. Otra vez se da cuenta de que no era más que un sueño difuso, gritado desde el rincón más lejano de su ser, un deseo que intentaba ignorar pero que, aún amortiguado, se arrastraba inexorable hasta su mente y le quitaba la paz y el sueño.

No se acordaba cuándo fue la última vez que la vio. Para ser perfectamente honesto, no recordaba si aún la amaba, pero la deseaba. Era un deseo añorante, uno que no entendía y daba razón, uno que se dedicaba a recordarle a qué olía su cabello, cómo se curveaba su espalda mientras erigían un monumento a Eros en el anfiteatro de la cama. El hombre se baña, se afeita, se viste. Se mira al espejo y ahí lo ve de nuevo, justo detrás de los ojos. El deseo le trae imágenes ahora, le recuerda esos labios voraces, insaciables. Sí, no tiene problemas para recordarlos, y se permite un momento para dejarse llevar por el memento. Pero sólo un momento es más que suficiente. Resiste, como todos los días, el impulso de llamarla, iniciando otra cruzada por el tiempo que no se dieron cuando se necesitó. Puño en mano, el hombre golpea la pared y cierra los ojos. El deseo lo mira, no con burla, sino con pena.

“Es mejor soñar y no dolerme de verdad” le dice el hombre al deseo. El deseo no responde, pero tampoco se va. El hombre se va al trabajo e intenta no hacerle caso al deseo que sólo está allí, parado, esperando. El hombre sabe que no se irá y se convence de que puede vivir a pesar de su presencia. Puede, pero aún así añora. El hombre regresa cansado a su casa vacía, su casa fría. Se va a la cama y sueña con un olor a tabaco y café.



El Gran Chuma

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