lunes, 23 de marzo de 2009

La Esencia del Final

Es el suspiro final el que extraño. Aquel con que recapacitas que el ser humano no es tan mierda y que es experto en maravillarse a si mismo. Es esa respiración, reflejo del movimiento de caderas hacia el placer; aquel que te hacia gemir, y me provocaba gritar.

 

Recuerdo aquella noche de invierto. Encima de tu pecho, entre agitados vaivenes de tus pulmones me comentaste –tus ojos se ven diferentes después de hacer el amor-. Torpemente estiré los brazos mientras mi cabello seguía absorbiendo nuestro sudor; mis piernas temblaban casi imperceptibles encima de su cadera.

 

Me quedé pensando, con la mirada sobre su rostro. La diferencia que percibía en mi ser en aquel momento, iba más allá de la mirada, porque no es el contorno del ojo el que se exalta o se desvanece, sino el enfoque de las pupilas en el mundo. Más limpio, más transparente, más sincero.

 

Unir la energía en círculos atípicos y tan familiares, causaba la levedad que no se compara con nada, por más excitación que uno cree experimentar. Porque hacer el amor con otro ser humano, es hacerle el amor al mundo entero. Volteé directo a sus labios y absorbí un poco de la sonrisa con sabor a nosotros, y nuestras múltiples fragancias. Es aquella respiración la que extraño. Como mecía mi mirada al ritmo de su pecho, a veces constante, a veces tembloroso.

 

Fui conciente de aquel último beso. El duro invierno y las tres de la mañana corriendo, le acompañaron en la partida. –Tendré que irme hoy mismo. Coméntale a Clara lo que te dije. Y no quiero lágrimas- imperó cariñosamente. Cerré los ojos para regresar al sueño, con nuestras gotas frescas en la mejilla. Mitad suyas, mitad mías.

 La perspectiva del “último beso” no sabia cuanto duraría. Un año, un decenio o una vida pero lo reconocía existente en aquel extraño país.

 

Es aquel suspiro final el que extraño. Tan último como aquel día que el mundo supo de él, tan perdido como su paradero público, tan distante como el recuerdo de hace tres años en mi mente, tan final como este orgasmo recordándole. Pero tan presente, tan intenso, tan permanente, como nuestras respiraciones agitadas en aquellos encuentros corporales. Extraño el suspiro y cargo la esencia. 


Por. Karenina Poncelac

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