En medio de las sombras
tú y yo inventamos este
lugar
hablando bajo.
En el ultimo día, en la
ultima hora.
Tus voces me erosionan
quemando
bajo mi lengua toda hondura.
Una esperanza,
efímera en el rastro de
sudor,
que haces sentir en
efluvios agudos
como metal y sangre.
En estos laberintos se
invento el fuego.
Detrás de mis párpados
el relámpago
arrancado del umbral de
la muerte.
Mas allá la espina
dorsal estremecida
dentro del halo oscuro
de tu nombres.
En la resonancia del
aire me torno cristales,
sueño de paraísos
robados.
Desde adentro como una
espina
es el miedo que se afila
inevitable
porque al arar mis manos
son escasas
porque en la espera no
huelo tu rastro.
Se abrirá mi piel
lentamente en la distancia.
Se convulsiona el latido
de tu pulso
al filo transparente de
mi memoria.
Palpita la propia piel
vertical
al filo inerte de
glaciares días.
El cuerpo cayendo en
vaporosas corolas
culminante en su íntima
rareza
expandiéndose la luz
en diáfanos contrastes,
con la humedad fiera de
cada luna.
Espasmo sonámbulo
entre las piernas.
Mi cuerpo, ahora,
vaciado de alas y tempestades.
Soy la palabra muda que
no dice nada.
Si es tu presencia, la
que aun existe.
La hora creciente
que
desde el edén reconozco
menguante en la llanura
febril de tu espalda.
Aquí en la vigilia de
este tiempo levísimo
escucho el lenguaje
frágil de tu herida
donde temblando comulgue
mi boca.
Era la sed de un dios en
la noche más larga.
Aun veo la imagen
conmovida
de la tierra misma
en
la carne desnuda de tu rostro.
Domine D.
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