lunes, 24 de mayo de 2010

Aleteos



Sabes, no soy de esos que andan alardeando de sus anecdotas como episodios determinantes de la historia universal. Te juro, yo pienso que mucho de lo que la raza comenta es mentira, ya sea que le quiten o le adornen, al final vuelven al episodio original en apenas una tarima para montar extravagantes cuentos fantasiosos; y las escucho con gusto, digo de eso a nada, mejor una buena historia que entretenga. Pero aquí entre nos, te confieso qué se que paso ese día en que nadie trabajo. Y yo se que nadie quiere platicar del episodio, pena les causa, pero a mi no, por que yo y Marcela la pasamos realmente bien, y no es como que vas a ir con Marcela a corroborar todo lo que estoy a punto de contarte, que con mi historia tienes para asombrarte y asumir si creerme o tirarme a loco, con el respeto claro, de tu libre interpretación que tanto respeto y admiro, sólo te recuerdo de donde provengo, y que a mi alrededor no son las mentiras las que suelen hablar por mi.


Ya te digo entonces de ese buen día, el sábado de luna que cerraron todita la calle de Chapultepec celebrando al Bar de Américas, curioso ver semáforos sin carros que los respeten, mientras todos bailaban el Jipi zap embriagados en alcohol y vodka barato. Marcela tomo un vaso pintado y yo una lata de cerveza Brown; ya para esa noche veníamos coqueteándonos duro y sin respeto, así que no duramos ni dos canciones cuando sus ojos me invitaron a retirarnos. Caminamos apresurados esas dos manzanas hasta mi departamento en Justo Sierra, cuando ya nos sentíamos rodeados de una espesa bruma, lágrimas de sudor que cegaron mi mano al cerrojo y un dedo resbalando al botón del elevador. No recuerdo la presencia de palabras, solo nuestras manos atadas, sudando excesivamente a causa de esas bochornosas noches de verano, con nuestras miradas clavadas en el acero de las puertas del elevador mientras los números de queso subían lentamente de nivel en nivel. Cuando al fin llego, como elevador abrió sus puertas salimos disparados a mi cuarto del tercer piso; pero he aquí donde se puso interesante la cosa, alguien, o León o la Baby con Mani cerraron el cancel de la puerta principal, así que nos quedamos encarcelados en el pasillo del tercer piso. Es importante adherir, que en el pasillo del tercer piso solo hay dos departamentos, uno donde estamos Carnei, León y yo, y enfrente el viejo Israel que tira party como joven con su novia la cubana; así que sin aviso Marcela y yo nos empezamos a devorar a besos, allí en pleno pasillo, de esos besos largos y llenos de sangre caliente. Tanto calor que pronto ardieron nuestras prendas dejándonos libres; con sus tetas libres por gravedad, con mi pene penetrando el espacio; y ya descobijados, ella acomodo sus manos sobre el arco del elevador, yergue su cabeza de humedales y sobresale su espalda como una pista de aterrizaje, despide ese dulce olor jugo de naranja recién exprimido que tanto me excita. Nos penetramos con tan ansia que puedo asegurar el edificio temblaba por nosotros; no hubo medición de tiempo, me es imposible decir si fue poco o largo, pero cuando llegado al preámbulo de la petite morte, ese letargo divino, que se abren las puertas del elevador con el viejo Israel que actúa como joven y su novia cubana dentro. Vi sus ojos cuando nos vieron, sorprendidos en nuestro vaivoneo desenfrenado, una marea de placer. Esas puertas no duraron abiertas mas de 30 segundos , pero entre que bloqueábamos la puerta a gritos de placer o más de un recién descubierto placer vouyerista, nos vieron callados hasta que las puertas cerraron sus ojos. En lo que bajaba el elevador a su guarida, ella ya estaba de rodillas sin que el se lo pidiera ni nada (esto me lo confirmo el Israel) y sus labios rodearon su pene con un hambre. Así de la nada, tan espontáneo que el elevador tardo su descenso unos segundos mas para grabar el placer que repentinamente inundo el pequeño cubículo, sus gemidos de satisfacción, los ojos de santo redentor bajando los pisos hasta que la muerte divina los tentara en el inframundo. A esa hora el Dr. Tonatiuh Aguirre, Cardiólogo con cédula por la UAG, Departamento #1, daba por terminaba la jornada nocturna y salía con Teresita Robles, su asistente de horario nocturno ( ya corría el chisme en el edificio que eran amantes, pues siempre salen con cubas de ron y muy contentitos) y que cuando se abrió el elevador para mostrarse ante el mundo, enseño en sus fauces una depravación sensual que continuaba hasta sus ultimas consecuencias, el doctor Tonatiuh y la asistente Teresita Robles, miraron perplejos aquel inusitado acto dentro del elevador, e igual disfrutaron solo de un pequeño lapso de 30 segundos antes de encerrarse en el olvido. Y es solo de suponer que doctor y asistente subieron como todas las noches a su lujoso Cadillac CTS negro y manejaron por la ciudad, y Teresa tan excitada con el ron en las venas no continuo mas que en cojerlo en plena ruta por la ciudad, y nos les importo siquiera subir las ventanillas que el pudor ya estaba bien metido en esta orgía carnal, y así los vieron todos por la ciudad, empezando con los del concierto donde la calle de Chapultepec, seguro epicentro de una epidemia descontrolada, desde allí no hubo quien pudiera contener lo que la luna es capaz de causar, en las letrinas del concierto, en plenas bancas del camellón, desesperados a sus cuartos personales o cuartos de paso, todos corrieron con una urgencia a satisfacer sus necesidades sexuales.


Nadie fue capaz de contener una epidemia de tal magnitud, es mas, nadie pudo dedicarse a siquiera intentarlo, pues se por historias contadas en entera secreta confesión que en esa noche vibro el sexo en la ciudad completa, una ciudad donde todos gimieron en un orgasmo colectivo que aun me pregunto que efecto tendrá en el futuro.


Las horas que continuaron lucieron por su vacío de humanos. No hubo policías ni delincuentes, ni los muchachos salieron a patinar, ni el periódico dio noticia ni ejemplares, no hubo misa matutina ni negocio que no abrieran hasta ya pasado el medio día, y si, talvez hubo la pena, un remordimiento salvaje que impidió a todos platicar de sus hazañas, pero eso no importa, por que me queda claro que esa noche hubo paz.



Sr. Piraña

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